lunes, octubre 22, 2007

Equinoccio


Una balada le dice: "nena, te extraño, tanto que no puedo respirar".
"¿Sabés? En parte es así", le dijo él mirándola a los ojos luego de mucho tiempo y viendo que el brillo que alguna vez ostentó por él ya no era el mismo.
"Yo sí puedo respirar", argumentó él, pese al cosquilleo en las manos y la gota de sudor que corría por su espalda, fría y tensa.
Esperaba el momento oportuno, pero ella parecía que no tenía ganas de darle un resquicio para la chance buscada.
La servilleta cómplice le sirvió de refugio para no tocar sus manos distantes, tan lejanas de aquellas que alguna vez lo acariciaron y le hicieron comprender que "otro mundo es posible", como dice Ismael.
Cerca y lejos a la vez, el tiempo es demasiado veloz cuando la felicidad se apodera de las almas en la gran ciudad.
Calles, ruidos, momentos, luces y sombras, todo se mezcla en cada instante.
¿Será que no somos dueños de nada? ¿Que estamos de paso y nos creemos eternos?
Una nueva luna lo esperaba a la vuelta de la esquina. Ella fue su equinoccio. La vida, como la tierra, seguirá girando y rotando.

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