miércoles, febrero 20, 2008

Naufragio


Las distancias magnifican las cosas, los árboles parecen más frondosos, los horizontes más profundos y los amores más intensos.
Pero hay también quienes creen que las soledades producen esos efectos, por el vacío que cada uno tiene adentro.
No faltarán aquellos que sostengan que el rencor, el odio y la envidia ofician de transportadores de sensaciones ajenas, más allá de cualquier momento que se transite.
Algunas veces, sólo algunas, muchas de las cosas que se piensan están en otra sintonía con lo que se pueda sentir o planificar.
Las palabras cursan por cornisas tan finas que a veces dan la impresión que caerán en un profundo vacío, de las que difícilmente regresen sin secuelas.
En ese juego, peligroso e inquietante, las personas creen encontrar una efímera felicidad, la gloria perdida o un amor no correspondido.
Todos suelen aferrarse a algo o alguien como una tabla de salvación de vaya a saber qué naufragio.
Sin embargo no se dan cuenta que los corazones bucaneros no tienen manera de detener el rumbo, cualquiera fuera el elegido.
Así estaba él, a punto de tomar el ómnibus. La iba a ver y quien sabe lo que podría suceder.

Abrazarte


"Abrazarte, sólo quiero eso esta noche", le dijo él y ella quedó entre anodada y feliz por lo que acababa de escuchar.
Se imaginó navegando en una alfombra mágica, llegando a su balcón en medio de una blanca melodía, de esas de películas de los '50, cuando los protagonistas se decían las cosas más profundas cantando.
Pero al mismo tiempo pensó en caminar sin cesar a su encuentro, como una promesa religiosa, un rito, una ceremonia de fe.
También optaba por convertirse en ave, la más bella de las palomas mensajeras, que lleva un recado de amor y en su llegada es recibida con los brazos abiertos, una sonrisa y la frase: "Te estaba esperando".
Fueron segundos, indescriptibles de felicidad, en que sus palabras surcaron sus oídos como el agua en la catarata y caían dejándo un surco en la piedra, en este caso su alma.
Lo vio tan sencillo como la primera vez, frontal y a la vez vulnerable, con el reflejo de la luna sobre su rostro, que le entraron unas ganas locas de cumplir con su deseo.
Primero le acercó su boca hacia la comisura de sus labios como solía hacerlo cada vez que lo veía, desde aquél primer beso.
Luego pasó sus brazos por su humanidad, lo rodeó y lo apretó bien fuerte, con esos abrazos del alma.
Ella no pudo verlo, porque estaban abrazados, pero una lágrima surcó su barba y quedó por siempre en su sonrisa.