viernes, mayo 01, 2009

Duerme


Duerme, ronca y da vueltas. Ella, sin embargo, lo mira a su lado y hasta se pellizca para darse cuenta que lo que está viendo no es una imagen surrealista o inventada por sus sueños.
Cansado por los momentos de extrema pasión, con los pelos en su cuerpo y el recuerdo latente, rememora las épocas en que todo era más fugaz, intenso -eso no cambió- pero fugaz.
Logicamente que ella deseaba este presente de cama compartida en la madrugada y una mañana con un "buen día", un "descansaste bien?" o simplemente una sonrisa.
"Pusiste el agua para el mate?", escucharía de su boca. "Sí", respondería y mientras él se afeitaba compatirían las infusiones, las miradas y el olor del amanecer.
Durante la jornada se recodarían a cada paso. En un cruce de calles. Al esperar el paso de un vehículo o en sus tareas laborales.
Un mensaje. La voz cruzando el teléfono o solo el reflejo en cualquier vidriera serviría para darse cuenta que ambos están pensando en el otro.
Por la noche él le cocinaría, unas pastas tranquilas, casi sin condimentos. Tomarían una copa de vino viéndose a los ojos y charlarían de cosas cualquieras, con música de fondo.
Afuera una luna redonda les haría compañía y las estrellas iluminarían la noche.
Entrelazarían sus manos en la sobremesa y escucharían el silencio, compañero de gratos momentos, aún en la soledad.
Todo eso imaginaba ella mientras lo veía dormir. Feliz, apacible, compañero y hombre al mismo tiempo.
Acarició su espalda, se dio cuenta que aún tenía algo de su propia transpiración y rememoró los minutos previos a su dormitar.
Por segundos rió, por otros se enamoró y hasta podría decirse que también se excitó.
Le susurró un "te quiero" al oído y él le respondió tomándola de la cintura y colocando su espalda en su pecho.
No había mucho más para agregar, sólo que fueron felices caminando uno al lado de otro, como hacía mucho no sucedía.

Plácidamente


Ahora ella dormía, plácidamente, tranquila, serena, recostada sobre su lado izquierdo, con la respiración pausada. Si en ese momento alguien del más allá hubiera venido a despertarla, no habría querido ir.
Instantes antes, segundos o momentos podría decirse, ella estaba en otro mundo, ese en donde los sentidos se combinan a la perfección y los relojes se detienen, se convierten y se destruyen, todo a la vez.
Parecía difícil de entender para él que el café se enfriara, ella durmiera y a su vez fuera feliz como hacía tiempo no lo era.
Compartían cosas sencillas. Una sonrisa -muchas- una mirada, la complicidad, algún despertar de madrugada y todos esos proyectos por venir.
También hacía poco -más de un hervir de pava- él era otro, algo más intenso, si es que hacer el amor es la actividad más intensa que un hombre puede llevar a cabo con una mujer, y ahora escribía unas líneas que surgían al verla durmiendo.
No tuvo envidia, sino todo lo contrario. Le surgió una sonrisa de protección que le encantó. Lo ponía en un lugar de acompañar una nueva realidad, también por cierto, era la suya.
Bebió un poco de café. Le dio un beso en el omóplato, como era su código, y se acostó junto a ella, quien lo recibió con alegría entre sus brazos y durmieron plácidamente.