miércoles, agosto 23, 2006

Releo


Leo. Me releo y no puedo dejar de sentir lo mismo. Suena reiterativo, lo sé, pero también sé que por más que intento, y mucho esfuerzo no hago, evito olvidarte.
Pero si estás acá, en cada pedazo de este lápiz que escribe sobre una hoja blanca, desafiante, compañera de un viaje hacia el interior, mi interior.
Nada puede ser terminante, tu palabra me transporta al momento de sentimientos, de ese piano que se mueve al compás de un jazz inventado o al bandoneón que se abre como tus labios para entregarme un beso sin prejuicios.
Todo está igual. El paquete de cigarrillos donde lo dejaste, junto a la chimenea. Tus zapatos apenas asoman por debajo de la cama, esa en la que no estás, que solo dejaste por un momento, con olor a profundidad, sensación de complemento perfecto, como un puzzle que comenzó a armarse lentamente y hoy nadie nota la diferencia con aquél cuadro renacentista.
El brillo de tus ojos es inconfundible, como si nada pudiera ser repetible, tal cual uno sueña.
Es increíble pensar, sin pensar y recordarte tan presente, viva, latente. Desde lo lejos viene el susurro, la brisa de un "te quiero" tirado a la marchanta con la ilusión de dar en el blanco, como el esgrimista, el rayo que sorprende y paraliza, no para matar, sino para dar energía, la que hace inflar el pecho, dajando entrar el aire renovado para terminar en exhalación, beneplácito y placer.
Si tan solo pudiera verte una vez más, sentirme acompañado, protegido. "¿Qué andarás haciendo ahora?", me sopla al oído Ismael. Lo que fuese, no te olvides que yo estoy al lado tuyo, como cada noche, como mañana.

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