
Esperó que algo la trajera a su infinito, a su alcoba, como la hoja de otoño o el copo de nieve, justo él que odiaba el frío.
No obstante se tomó el tiempo, desconectó el celular, cerró las ventanas, prendió velas y apagó los reflectores tratando de hallarla, de traerla a su morada, de hacerla partícipe de ese instante de su vida.
Tomó la guitarra. Arpegió. Jugó con sus dedos y las cuerdas. Transitó por pentagramas. Esos mismos que no comprendía y sin embargo respetaba.
Surcó sendas sinuosas, casi hechas a su medida, para buscar algo. Chapuseaba.
Por momentos se lamentó, quiso tenerla ahí para saber si lo que pensaba y sentía valía la pena, aunque en realidad se conformaba con verla y oírla, porque sentirla era complicado. Utópico.
Así fue comprendiendo esa canción que canta cada abril, esperando que ella vuelva.
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