sábado, noviembre 10, 2007

Huellas


Se había levantado más de 20 veces para cerrar las puertas del bar de la estación de ómnibus, en esa gélida madrugada de abril, en plenas sierras.
Ella estaba profundamente en silencio. Apenas había tomado un café y un té, casi sin ganas.
En la televisión -descolorida y antigua- pasaban una película clase B que la distraía, y él criticaba por no entenderla.
El tiempo pasaba lentamente, casi como si fuera un reloj de arena y la tensión entre ambos -sin saberlo uno y el otro- crecía. Se volvía un infierno.
Todo ese tedio era para esperar un ómnibus que los sacara de ahí, para proseguir las vacaciones que ya no serían igual. Como su historia. Como sus vidas.
Al cabo de una semana sin casi verse, mucho menos tocarse o acariciarse e incluso mirarse como hacía algunos años atrás, algo se percibía en el ambiente. Aunque él fue más lento para darse cuenta -o tal vez no quería- y ella sufría dudas internas que no podía exteriorizar, mucho menos a él.
Por momentos, en los meses subsiguientes, pasaron a ser como extraños conocidos.
Las mañanas juntos eran una quimera y las noches de placer casi una utopía.
El tiempo fue acomodando las cosas, seguramente no donde los dos quisieron, sino donde pudieron.
Sus historias eran fuertes de manera individual, pero también lo era desde que eligieron compartir la misma huella.
Muchas cosas se fueron dando como obvias.
Ella esquivaba sus llamadas, estiraba los encuentros y ponía excusas para tratar de afrontar su realidad, que también -por efecto cascada- le tocaba a él.
Ensimismado en su trabajo, sus miles de horas por llenar, la vorágine en que consumía su tiempo, él casi no se dio cuenta que los continentes se habían desmembrado, que un océano los dividía y los ponía a cada uno en la orilla contraria, sin botes, sin salvavidas. Ni siquiera sabían nadar.
Para cuando la ficha cayó, el juego de la vida pareció darles un "game over", sin revancha.
¿Sin revancha?. Sin segundas chances. ¿Será esto posible?
Él no se resignó, pero buscó su tiempo -aún dicen los que lo conocen que lo está haciendo- y ella se recluyó.
Buscó inventarse otras "ocupaciones", se puso excusas para no llamarlo e incluso para tratar de olvidarlo.
Los pasos, las huellas, la senda, ya no eran lo mismo.
Los caminos se habían bifurcado, alejándose.
No obstante, la mesa de un bar continúa impertérrita a la espera de una definición.
Él tiene una última ficha y la jugará, se lo autoprometió, antes que el croupier diga: "no va más".

No hay comentarios.: