miércoles, octubre 01, 2008

Insomnio


El reloj marcaba algo más de las 3:00 am. Había leído un poco en busca de los brazos amigos de Morfeo. Puso el cd de música celta que desde hacía varias noches lo arrullaba y contempló la oscuridad de su habitación.
Las cortinas colgaban como siempre Las banquetes, improvisadas u obligadas mesitas de luz, sólo servían para un velados con luz verde, algunos libros a medio leer y el celular, que funcionaba como despertador en este tiempo tecnológico.
La calle estaba completamente silenciosa, como los pedales de esa bicicleta fija, que sirve como perchero.
Dentro de los placares el orden era ley y los almohadones azules yacían a un costado de la cama, algo fría y vacía, por cierto.
Ahí estaba él. Las dos manos arriba de la cabeza, la mirada entrecerrada y el oído atento a los cantos de los pajarillos que traía el cd.
La nariz estaba algo seca. ¿Sería la loza radiante? Se preguntó tontamente. Sabía que no era así, porque estaban en primavera y el consorcio no permitía prender la caldera. Tampoco hacía falta, pero igual su nariz estaba seca, reseca y buscaba mucosas sin poder encontrarlas. La verdad, estaba molesto.
Morfeo se rehusaba a hacerse presente y encima su cabeza iba a mil.
Sus huesos por momentos crujían en ese campo de resortes. Se estiraba. En realidad elongaba. Hacía unas horas había sufrido un calambre en el gemelo izquierdo y un molesto dolor aún se lo recordaba.
Dicen que las tensiones, las preocupaciones, las angustas y las cosas no resueltas se manifiestan en el cuerpo. Él lo estaba comprobando. Nada es casual, todo tiene una causa.
Resopló queriendo ver que el tiempo pase.
Morfeo? Bien, gracias. Sus ojos eran dos faros de alguna bahía lejana, de una accidente geográfico cualquiera. Eso sí, muy lejos de su departamento de divorciado, ahí en Barracas, frente a la autopista, que de día lleva y trae esperanzas y desilusiones por igual, pero a un ritmo siempre desenfrenado.
El cd seguía girando y ahora él no podía siquiera saber qué quería.
Su posición habitual para dormir era hacia el lado izquierdo, sobre esa misma dirección de la cama. Desde hacía días también, se daba cuenta que esa posición no le era tan familiar y que quería investigar su cama.
Cada noche, casi sin proponérselo -o sí- se deslizaba hacia la derecha, la fría zona derecha.
Sentía un iceberg hecho cubitos de freezer desparramados por entre las sábanas.
Sólo cuando pensaba en ella, los cubitos comenzaban a derretirse y él sentía que el agua se entibiaba. Algunas mañanas también debía cambiarse la ropa interior de forma obligada.
"Uy, pasó un auto, o era una moto?", se preguntó mientras la madrugada discurría inconscientemente, sin prisas y con menos pausas.
Recordaba la última noche de ella ahí, "cada noche" de ella ahí.
Si lo hubieran puesto otra vez en esa situación, habría repetido el mismo intenso placer al amarla, pero habría cambiado el final, para no tener que escribir recuerdos.
Cada noche estiraba su llegada a la cama, buscando a Morfeo en bits, direcciones de internet o un tema musical cualquiera.
Este insomnio de amor era su compañero de ruta y tapado con las sábanas elucubraba momentos por venir, palabras por decir, miradas por mostrar y ver. También se imaginaba tratando de mover montañas, que sabe no se correrán ni medio centímetro de su eje.
Ella era esa montaña. Volcánica por dentro, petrea por fuera. Pero que podía sucumbir aún si él decidía escalarla.
Así se fue convenciendo. Ya había cruzado el desértico meridiano de la cama y se apoderó del lado de ella. Pero ella no estaba.
Un sonido de gaitas, un piano, una escala en fa sostenido lo fueron sumiendo en un sueño profundo.
Morfeo había llegado, pero él no lo vio.
Ella ya no estaba y él no la oyó irse. Aunque quería saber de su regreso.

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